Para diagnosticar la dislexia es necesario realizar una evaluación previa de todos los procesos, conductuales y cognitivos, implicados en la lectoescritura, cuyos resultados deben cumplir los criterios establecidos por el DSM-IV, de exclusión, discrepancia y especificidad.
Además, para defender el diagnóstico de dislexia evolutiva, se tendrán en cuenta otros aspectos importantes como los antecedentes genéticos y el tipo de intervención específica que ha recibido el sujeto.

El problema de la dislexia es que no se puede diagnosticar a temprana edad, ya que debemos observar una discrepancia del nivel de lectura de dos años como mínimo, y no es hasta los 8 ó 9 años, cuando esto se puede contrastar. A pesar de ello, el diagnóstico no es tan importante como la prevención, por lo que desde edades muy tempranas se pueden detectar ciertas peculiaridades que, aunque no nos den la certeza para establecer el diagnóstico, nos pueden guiar para llevar un seguimiento y/o intervención preventiva que paliará significativamente los efectos de una posible dislexia futura o que simplemente beneficiará el desarrollo y aprendizaje de los sujetos. Esto lo corroboran algunos estudios que destacan la eficacia de la intervención precoz con programas preventivos ante los primeros signos de dislexia, (Torgensen, Wagner, Rashotte y Conway, 1997).

Tampoco se puede establecer un diagnóstico precoz porque es necesario llegar a los 7 u 8 años para poder diferenciar si se trataba de un retraso o de una alteración, pues durante los primeros estadios de la adquisición de la lectura las dificultades mostradas por niños que presentan un retraso lector y por niños que tienen una alteración en el neurodesarrollo son similares, a pesar de que en el primer caso sólo existe un enlentecimiento de la maduración cerebral, que le permitirá al sujeto alcanzar un desarrollo normal pero más tardío, mientras que el término “alteración” implica una estructuración y/o funcionalidad anómala del desarrollo neurológico que le impedirá al niño lograr un desarrollo dentro de la normalidad,  presentando una desviación del desarrollo.

Es fundamental la intervención precoz a pesar de no haber establecido aún el diagnóstico.

La experiencia de numerosos profesionales y diversos estudios, (Schneider, Ennemoser, Roth y Küspert, 1999; Sahywitz, 1998), han comprobado que la intervención temprana en habilidades metalingüísticas, especialmente con programas de entrenamiento fonológico, beneficia significativamente el desarrollo lectoescritor, tanto de sujetos que se encuentran en riesgo, como del grupo normativo, por lo que es muy recomendable trabajar ciertas habilidades desde la escuela infantil.

Además, está probado mediante diversos estudios, (Torgensen et al. 2006), que la intervención específica en dislexia tiene resultados más positivos si se lleva a cabo antes de los 8 ó 9 años.

Esto nos lleva a pensar que sería fundamental incluir este tipo de programas preventivos durante la ecuación preescolar, al igual que se han implantado en Estados Unidos con excelentes resultados, pues a través de la prevención se podrían paliar, en gran medida, las dificultades que pueden presentar algunos niños disléxicos en años posteriores.

Aunque no se pueda establecer un diagnóstico precoz de la dislexia, si es posible detectar casos en riesgo gracias a los antecedentes genéticos y a que sabemos que, a pesar de que existe una gran heterogeneidad entre los perfiles cognitivos de los sujetos diagnosticados con Dislexia, se estima que el 87% de los sujetos diagnosticados de dislexia presentan un problema a nivel fonológico, lo que permite detectar sujetos en riesgo de dislexia con test de conciencia fonológica para la edad preescolar como la “Prueba de Segmentación Lingüística PSL” , incluida en el libro “Conciencia Fonológica y Aprendizaje de la lectura: Teoría, evaluación e intervención” de Jiménez, J. y Ortiz, M. .

A nivel psicológico hay que tener en cuenta que el diagnóstico de la dislexia no se debe concebir como una etiqueta que estigmatice al individuo ni como una excusa para eximir ciertas responsabilidades, pues en ocasiones, algunos niños/as disléxicos lo utilizan como pretexto para no realizar determinadas tareas. En cambio, el diagnóstico de la dislexia es una excepcional herramienta para paliar precozmente las dificultades que este síndrome conlleva, por tanto la familia y el niño disléxico deben conocer detalladamente qué es la dislexia, qué supone para el individuo y cómo hay que trabajar para superarla.
Esto hace recomendable explicar “La Dislexia” como una característica personal que dificulta la realización de determinadas tareas, pero nada más. Por tanto, la dislexia debe tratarse simplemente como “una mala habilidad en la lectoescritura”, que hace que tengamos que esforzarnos más y con diferentes métodos para poder superarlo, sin verlo como un hándicap y resaltando, siempre, las demás habilidades del individuo.

En resumen deducimos que lo más importante es realizar un diagnóstico detallado y exhaustivo, que nos ofrezca un perfil de rendimiento específico, con el fin de establecer estrategias de intervención adecuadas a cada niño y llevar a cabo programas de intervención y prevención lo antes posible. En este caso los resultados serán mucho más eficaces que si se realiza un abordaje terapéutico sobre el trastorno plenamente establecido. Igualmente los aspectos emocionales serán menos significativos si se consiguen evitar las frustraciones derivadas de una mala capacidad lectora durante todo el periodo escolar.
Además el diagnóstico nos dará información sobre el mecanismo responsable del problema lectoescritor, fundamental para dirigir el tratamiento a la recuperación de dicho mecanismo, pues como argumentan Cuetos y Valle, (1998), no existen programas de intervención válidos para todos los sujetos disléxicos.

Por ello en la actualidad existen pruebas y protocolos de evaluación que examinan numerosas tareas y procesos, teniendo en cuenta los déficits particulares de cada individuo, entre los cuales destacamos la “Batería Completa para la detección de dificultades específicas de la lectoescritura, DIS-ESP” de Carrillo, M. y Alegría, J.